La mayoría de nosotros nos sostenemos dentro de un ritmo donde se busca aprovechar al máximo todo el tiempo posible en ser productivo. Para poder lograrlo parece imposible detenerse porque, ¿quién no ha sentido alguna vez que si no ocupa todo su tiempo no está siendo productivo? Además, se buscan resultados inmediatos que no pueden esperar. Nosotros no podemos esperar porque eso implica una pausa. Y es que claro, ¿cómo nos vamos a detener con tantas cosas por hacer? ¿cómo parar si está el trabajo, la vida, los hijos…? No hay “tiempos muertos” y no solo debemos ocuparlos si no más bien evitarlos… y así vamos “simplificando” nuestros días y estirando nuestro tiempo.
Hoy ocurre algo distinto, se presenta una enfermedad (COVID -19) y nos pide que cuidemos de nosotros, del otro y de nuestro espacio para seguir habitándolo sanamente. Nos pide una pausa – tan inconcebible en estos días- y nuestra colaboración para encontrar nuevamente su equilibrio. Siendo lo difícil incorporar la pausa cuando en el día a día no le damos ni valor, ni lugar.
Quizás no éramos conscientes de la velocidad en la que estábamos funcionando hasta que cambio nuestro ritmo y entramos en una pausa involuntaria y aparentemente indefinida. Esta pausa viene acompañada de incertidumbre que puede generar miedo, culpa y ansiedad por el cambio de rutina para dar lugar a un ritmo diferente. Aprovechemos que ha cambiado el ritmo de afuera para conectarnos con nuestro ritmo interior. No tratemos de reducir los tiempos de espera en nosotros, en los otros o en nuestros hijos, al contrario, reaprendamos a esperar, a descansar, a cambiar de ritmo, de actividad, de lugar, de compañía.
Hay que ir despacio. La pausa se ha convertido en una zona incomoda de habitar. Por eso buscamos llenar esos momentos con más quehaceres o con la tecnología, soluciones que muchas veces también la usamos con nuestros hijos, para solucionar su aburrimiento, facilitar la comida o para acallar el llanto. Estemos presentes y dispuestos a habitar la pausa con ellos, con su libertad al jugar, al imaginar, al crear con la despreocupación y el disfrute del momento. Sin culpa. Porque una pausa no solo es detenerse, sino también continuar, es un descanso incluso en el hacer. Es un hacer en calma.
Evitemos la inmediatez y disfrutemos del momento y de la espera, transformemos ese tiempo en un regalo de calma y disfrute. Así enseñaremos a nuestros hijos que detrás de cada espera hay belleza, hay vida, hay salud (como en la espera de la madre en la gestación, o cada estación del año, etc.) y de ellos, debemos aprender como jugando y disfrutando ellos si pueden esperar. Evitemos utilizar innecesariamente otros recursos que pueden cubrirse con nuestra compañía y presencia sobretodo en estos días. Aprendamos y enseñemos a crear en esos espacios de aburrimiento, de vacío, de incertidumbre, de soledad, de miedo, para poder conectar con ellos.
Encontremos más espacios para regalarnos, espacios vacíos que nos permitan recuperar la libertar de dar vida. Recibamos los “huecos” de tiempo en nuestro día para llenar de creatividad, juego e imaginación. Aprovechemos que estos días nos piden una pausa para poder incluirla en nuestra rutina. Para estar presente y recibir esta pausa como un regalo.
-PAUSA-
Del cuerpo, de la tierra, del mundo.
Es un tiempo necesario para reponerse,
para cambiar de ritmo y poder continuar.
-PAUSA-
El hacer en calma.
-PAUSA-
No es detenerse, es simplemente cambiar,
de ritmo, de actividad, de lugar, de compañía.
Cambiar para no enfermar.
Luciana Zecevic
Psicóloga